Contra todo pronóstico, este tipo de alojamiento barato languidece lentamente
Los campings están pasando un mal trago aunque lo tienen todo para afrontar el temporal: precios asequibles y clientes fieles que ponen pocos requisitos para elegir uno en concreto. Sin embargo, en contra de lo que se puede pensar, la crisis está haciendo mella en este tipo de establecimientos, hasta el punto de que algunos se están planteando echar el cierre.
Los dueños lo tienen claro. La crisis ha hecho que las agencias de viajes ofrezcan hoteles de cuatro o cinco estrellas a precios irrisorios, lo que ha provocado que aquellos que antes iban al camping ahora inviertan lo mismo en una estancia de lujo, aunque sea durante menos días. Eso les obliga a lanzar ofertas competitivas.
La ocupación es media. Los campings no están vacíos, pero muy pocos pueden colgar el cartel de completo y los que lo consiguen lo hacen por muy pocos días. Si antes las estancias de los españoles eran prolongadas, de entre diez y quince días, ahora optan por acudir solo los fines de semana, que es cuando se registra mayor número de clientes. Los extranjeros siguen una dinámica distinta: también reducen el número de días, pero suelen desplazarse para recorrer varias ciudades, por lo que su estancia dura unos tres o cuatro días, sin importar el día de la semana, y luego cambian de lugar.
Esto provoca que tengan que buscar clientes distintos. Antes se hacía un relevo de una familia por otra a lo largo de un mes y ahora, en una misma parcela, pueden entrar unas seis distintas en el mismo período. Invertir en publicidad es prácticamente imposible en una situación en la que los campings, más que para ganar dinero, siguen abiertos para subsistir.
Desde 2009
La bajada empezó de forma paulatina alrededor de 2009. Si ese año y 2010 la crisis comenzó a notarse, el año pasado fue un auténtico desastre. Las cifras de este verano son prácticamente iguales que las del anterior, aunque cada vez la gente reduce más la estancia. Y también ahorra gastos en otros servicios complementarios, como el bar o el supermercado. En eso también se nota la distinción entre españoles y extranjeros: si los primeros proceden de una clase media que ha notado de lleno la crisis, los que acuden desde fuera de España suelen tener un nivel adquisitivo más alto, acuden con equipamiento más caro y recortan menos en gastos.
No obstante, lo cierto es que no todos lo están sufriendo igual. En verano, los situados en las zonas de costa salvan mejor la situación, aunque la ocupación haya disminuido. Los que peor lo están pasando son los de interior. Podría decirse que, cuanto más se acerca su ubicación a Granada y se aleja de la playa y la Alpujarra, más peliaguda es la realidad.
En el otro lado están los clientes, que también han tenido que hacer equilibrios para no renunciar a sus vacaciones. Sobre todo aquellos que poseen una autocaravana y se ven obligados a depositarla en un camping de forma más o menos permanente. Muchos de ellos han tenido que poner el precio como criterio principal para elegir lugar, en detrimento de otros como prestaciones, entorno o acceso; por ello, los cambios de unos establecimientos a otros han sido constantes. También han buscado otros lugares para guardarla, como el parking Geysepark, junto al estadio Los Cármenes, que cuenta con una zona especial para autocaravanas. O arriesgarse a dejarlas a la intemperie, aún sabiendo que son un gran atractivo para los ladrones.
La estabilidad de los campings está en peligro y en algunos se han visto obligados a recortar la plantilla. Y no solo eso: la subida de la luz, del agua, y del IVA van a suponer un incremento de gastos, y los dueños tendrán que decidir si asumirlo y perder dinero o aplicarlo a los precios, aún a riesgo de que la clientela disminuya más todavía.
En definitiva, hay un panorama muy difícil para una de las formas de veraneo más típicas y tradicionales de granadinos. Uno de los que peor momento pasa es el camping Granada. De 70 parcelas que oferta el camping de Pedro, solo hay seis ocupadas. Estas cifras reflejan la difícil situación de este establecimiento situado en Peligros, al fresco del campo y con unas impresionantes vistas sobre la ciudad. Cuando este dueño salía de la caseta de recepción, hace cuatro años, observaba el cartel de lleno sobre la ventana. Por el momento es pasado aquello de que todas las parcelas estuvieran ocupadas por 70 familias que disfrutaban de sus instalaciones cuidadosamente diseñadas. Por entonces sabía que gracias a él se alimentaban los siete trabajadores que tenía contratados, y lo único que podía sentir era orgullo. Ahora, ha cambiado el discurso radicalmente: «Ya no estoy a gusto, estoy intranquilo, con miedo. No disfruto con mi trabajo».
Final de una historia
Pedro comienza a ver el final de la historia, una aventura que comenzó comprando los terrenos, allanándolos, diseñando y creando en 1984 un auténtico vergel en mitad del secarral que aquello era. «Me decían que estaba loco por levantar un microclima en ese lugar, por instalar una depuradora gigante... Lo conseguí, hice un bonito oasis», asegura.
Pedro, que era campista, diseñó todo el recinto en torno a las necesidades que sabía que tenían aquellos que disfrutan sus vacaciones en la caravana o la tienda de campaña. Sus instalaciones, dice, «son de lujo, porque están por encima de lo que impone la Junta para que sea calificado como primera clase, y a precios de ésta, que no se cambian desde 2008».
Y, efectivamente, eso se nota en los detalles: parcelas diseñadas por niveles para ver el menor número de vecinos posible, calles trazadas para respetar los olivos que se encontraban en el terreno original, duchas pensadas para colgar la ropa sin que se moje.
«Cuando despedí a los trabajadores, me convertí en carpintero, mecánico, recepcionista, socorrista, personal de mantenimiento y vigilante». Eso último le obliga a dormir en su autocaravana cada noche.
Muchos proyectos se han quedado a medias: la pista de tenis y de futbito para los más jóvenes, un mirador con pérgola, una terraza con chiringuito de madera,... Son obras que han tenido que aplazarse hasta que mejore la situación. Si es que mejora, porque Pedro ya se está planteando vender: «Tengo 59 años y me apetece disfrutar porque últimamente no lo hago. Es una profesión muy esclava que te impide ir de vacaciones. Si el negocio va bien, merece la pena, pero aguantar así, no», se lamenta.
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